Presentación del libro: GÓNGORA ORTEGA, Santiago (2003) Libertad, propiedad privada y trabajo en México, México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Abraham Galarza Cid
El libro de Santiago Góngora nos propone un interesante reto a los universitarios, luego diré por qué. Nos habla de teoría económica desde categorías que no parecen ser las habituales para los trabajo de esta índole. Algunas de éstas pueden resultarnos hasta familiares a nosotros lo que trabajamos en el campo de la psicología social como docentes, investigadores o alumnos; por ejemplo, afectividad, comunidad, mentalidades, etcétera, que al ser aplicadas en el marco de la economía, producen efectos interesantísimos. Otro tanto ocurre por abandonar una perspectiva epistemológica universalizante que a partir del la a-crítica recepción de una teoría, homogeneiza toda diferencia concreta de cultura, historia y especificidad contextual en la que habitamos los seres humanos.
La tesis desarrollada en el libro es simple, pero no por eso menos escandalosa: los mexicanos no somos ni occidentales, ni modernos, y de ahí el fracaso de los intentos por ajustarnos a modelos de desarrollo económicos y políticos generados en y para otras realidades. Ejemplos de estos fracasos son la incorporación de México a la actual economía de mercado o los aislados y casi inexistentes esfuerzos por implantar una dictadura del proletariado en nuestro país. Las categorías de propiedad privada, libertad, trabajo, individuo, o lucro, entre otras, se suponen que son características universales de los seres humanos que los impulsan a la generación de riquezas por su participación en el mercado, dando por resultado sociedades modernas, prosperas y eficientes, con instituciones políticas modernas e igualitarias que, desde la sociedad civil, limitan y minimizan las arbitrariedades de la burocracia estatal, tales categorías, nos propone el autor, no se aplican a nuestra realidad nacional
El fracaso de este sistema de categorías para explicar y transformar, de forma progresista nuestra realidad mexicana, se debe a que las teorías no son definidas, tan sólo, por criterios lógicos o matemáticos, sino, sobre todo, por la participación en un mundo de vida de historias concretas y singulares de ciertos pueblos, historias que no están exentas de dramatismo y emoción humana.
Una categoría de análisis de la realidad social es una síntesis de historia y de una forma cultural muy singular de experienciar el mundo. Una gran parte de Europa ha vivido, a través de cientos de generaciones de seres humanos, con la idea de que Dios les ha dado responsabilidad de su destino, de que no hay mayor juez que su propia conciencia, que el bien se puede manifestar de forma concreta por medio de los frutos de su trabajo, y que no hay peor error que anteponer los intereses de los otros por encima de los intereses individuales. Tal es el mundo de experiencia de, por ejemplo, un fabricante inglés de telas o un diseñador de software en Los Ángeles California, pues recordemos que la América blanca y limpia es la continuación de Europa.
Un supuesto epistemológico que recorre la estructura de este libro es que no vemos con los ojos, vemos con la cultura. Los instrumentos científicos no nos hacen ver a la realidad tal cual es, desnuda, sino que siempre la vestimos con nuestras categorías sociales y significados colectivos.
La cultura mexicana, aquella que nos abre el horizonte de un mundo y construye sus propias realidades cotidianas, no tiene categorías de análisis científico propias, desarrolladas por intelectuales autóctonos, capaces de expresar su conflictiva y dramática historia económica y política, dando lugar, además de errores de perspectiva teórica-académica, lo cual sería lo de menos, a una estrategia de desarrollo modernizador, venida de fuera que, actuando como Procusto, el personaje de la mitología griega, dueño de una posada que tenía una sola cama, estiraba a los que dormían en ésta o les cortaba las piernas para adaptarlos a su tamaño. Actuando de la misma forma, los intelectuales y políticos liberales mexicanos consideran que si los ricos y ociosos criollos mexicanos, la gente bonita, se estiran un poquito más, se convierten en burgueses con ética del trabajo calvinista, para eso hay que mandarlos, por lo menos al Tec de Monterrey para que acaben en la dirección correcta, mientras que los indígenas, campesinos y mestizos pobres, junto con sus centenarias formas de vida colectiva, así como las categorías de su sentido común, que guía sus acciones, valores y emociones, debe ser cortado de tajo, pues no tienen lugar en la posada de la modernidad.
Ahora me queda por explicar la razón de que el libro sea un reto, y lo es porque esta obra es una cubetada de agua fría para los pocos mexicanos que vivimos de la universidad o a costa de la universidad pública. La universidad pública es, por un lado, parte del proyecto de la ilustración burguesa europea, en el sentido de un conocimiento que tiene por objetivo domar la brutalidad de la naturaleza hacia las personas y la brutalidad de la naturaleza humana contra los seres humanos mismos. No obstante las universidades públicas mexicanas no acaban de modernizarse, por un lado, porque nos dedicamos a la transferencia de teorías diseñadas en y para otras circunstancias, y por otro lado, porque algunas de las encarnaciones del poder de la tradición mexicana más autoritaria, los cacicazgos por ejemplo, han sentado sus dominios en ellas. El reto es para nosotros, como una comunidad dedicada a la psicología social, generar categorías de análisis singulares para una realidad singular como la nuestra, especialmente categorías orientadas a descifrar el sentido común de la vida cotidiana de los mexicanos y el peso de éste en la configuración de la vida pública y económica. No obstante las circunstancias negativas de las universidades mexicanas, el libro de Santiago Góngora Ortega es un paso adelante en esa lucha que tenemos por descifrar nuestra propia realidad. No me queda más que agradecer al autor por su firme convicción de investigador original apasionado, no sólo por su trabajo, sino también por la pasión que tiene por un país que aun vale la pena.
Tlaxcala, Tlaxcala a 10 de marzo de 2004
Abraham Galarza Cid
El libro de Santiago Góngora nos propone un interesante reto a los universitarios, luego diré por qué. Nos habla de teoría económica desde categorías que no parecen ser las habituales para los trabajo de esta índole. Algunas de éstas pueden resultarnos hasta familiares a nosotros lo que trabajamos en el campo de la psicología social como docentes, investigadores o alumnos; por ejemplo, afectividad, comunidad, mentalidades, etcétera, que al ser aplicadas en el marco de la economía, producen efectos interesantísimos. Otro tanto ocurre por abandonar una perspectiva epistemológica universalizante que a partir del la a-crítica recepción de una teoría, homogeneiza toda diferencia concreta de cultura, historia y especificidad contextual en la que habitamos los seres humanos.
La tesis desarrollada en el libro es simple, pero no por eso menos escandalosa: los mexicanos no somos ni occidentales, ni modernos, y de ahí el fracaso de los intentos por ajustarnos a modelos de desarrollo económicos y políticos generados en y para otras realidades. Ejemplos de estos fracasos son la incorporación de México a la actual economía de mercado o los aislados y casi inexistentes esfuerzos por implantar una dictadura del proletariado en nuestro país. Las categorías de propiedad privada, libertad, trabajo, individuo, o lucro, entre otras, se suponen que son características universales de los seres humanos que los impulsan a la generación de riquezas por su participación en el mercado, dando por resultado sociedades modernas, prosperas y eficientes, con instituciones políticas modernas e igualitarias que, desde la sociedad civil, limitan y minimizan las arbitrariedades de la burocracia estatal, tales categorías, nos propone el autor, no se aplican a nuestra realidad nacional
El fracaso de este sistema de categorías para explicar y transformar, de forma progresista nuestra realidad mexicana, se debe a que las teorías no son definidas, tan sólo, por criterios lógicos o matemáticos, sino, sobre todo, por la participación en un mundo de vida de historias concretas y singulares de ciertos pueblos, historias que no están exentas de dramatismo y emoción humana.
Una categoría de análisis de la realidad social es una síntesis de historia y de una forma cultural muy singular de experienciar el mundo. Una gran parte de Europa ha vivido, a través de cientos de generaciones de seres humanos, con la idea de que Dios les ha dado responsabilidad de su destino, de que no hay mayor juez que su propia conciencia, que el bien se puede manifestar de forma concreta por medio de los frutos de su trabajo, y que no hay peor error que anteponer los intereses de los otros por encima de los intereses individuales. Tal es el mundo de experiencia de, por ejemplo, un fabricante inglés de telas o un diseñador de software en Los Ángeles California, pues recordemos que la América blanca y limpia es la continuación de Europa.
Un supuesto epistemológico que recorre la estructura de este libro es que no vemos con los ojos, vemos con la cultura. Los instrumentos científicos no nos hacen ver a la realidad tal cual es, desnuda, sino que siempre la vestimos con nuestras categorías sociales y significados colectivos.
La cultura mexicana, aquella que nos abre el horizonte de un mundo y construye sus propias realidades cotidianas, no tiene categorías de análisis científico propias, desarrolladas por intelectuales autóctonos, capaces de expresar su conflictiva y dramática historia económica y política, dando lugar, además de errores de perspectiva teórica-académica, lo cual sería lo de menos, a una estrategia de desarrollo modernizador, venida de fuera que, actuando como Procusto, el personaje de la mitología griega, dueño de una posada que tenía una sola cama, estiraba a los que dormían en ésta o les cortaba las piernas para adaptarlos a su tamaño. Actuando de la misma forma, los intelectuales y políticos liberales mexicanos consideran que si los ricos y ociosos criollos mexicanos, la gente bonita, se estiran un poquito más, se convierten en burgueses con ética del trabajo calvinista, para eso hay que mandarlos, por lo menos al Tec de Monterrey para que acaben en la dirección correcta, mientras que los indígenas, campesinos y mestizos pobres, junto con sus centenarias formas de vida colectiva, así como las categorías de su sentido común, que guía sus acciones, valores y emociones, debe ser cortado de tajo, pues no tienen lugar en la posada de la modernidad.
Ahora me queda por explicar la razón de que el libro sea un reto, y lo es porque esta obra es una cubetada de agua fría para los pocos mexicanos que vivimos de la universidad o a costa de la universidad pública. La universidad pública es, por un lado, parte del proyecto de la ilustración burguesa europea, en el sentido de un conocimiento que tiene por objetivo domar la brutalidad de la naturaleza hacia las personas y la brutalidad de la naturaleza humana contra los seres humanos mismos. No obstante las universidades públicas mexicanas no acaban de modernizarse, por un lado, porque nos dedicamos a la transferencia de teorías diseñadas en y para otras circunstancias, y por otro lado, porque algunas de las encarnaciones del poder de la tradición mexicana más autoritaria, los cacicazgos por ejemplo, han sentado sus dominios en ellas. El reto es para nosotros, como una comunidad dedicada a la psicología social, generar categorías de análisis singulares para una realidad singular como la nuestra, especialmente categorías orientadas a descifrar el sentido común de la vida cotidiana de los mexicanos y el peso de éste en la configuración de la vida pública y económica. No obstante las circunstancias negativas de las universidades mexicanas, el libro de Santiago Góngora Ortega es un paso adelante en esa lucha que tenemos por descifrar nuestra propia realidad. No me queda más que agradecer al autor por su firme convicción de investigador original apasionado, no sólo por su trabajo, sino también por la pasión que tiene por un país que aun vale la pena.
Tlaxcala, Tlaxcala a 10 de marzo de 2004
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