Profesor de tiempo completo. Universidad Intercultural del Estado de Puebla- Plantel Sur Tlacotepec de Benito Juárez, Puebla.
Resumen: en este trabajo presentamos
una reflexión filosófica sobre un tema profundo y universal: la muerte. A
partir de algunas preguntas detonadoras se indaga sobre lo que sucede con
nosotros después de la muerte, qué es nuestra conciencia y si esta tiene una
cualidad que sobreviva a la muerte; la razón de que la muerte sea un acontecimiento
tan doloroso, y si ésta le da o le quita sentido a la vida.
Palabras clave: Conciencia.
Lenguaje. Duelo. Sentido de la vida. Filosofía de la cultura.
Introducción
La muerte es uno de los
grandes enigmas de todas las tradiciones culturales, no solo de la filosofía,
todas las religiones, y misticismos de toda índole han dado respuestas a ésta;
la filosofía, en cambio, generalmente hace más preguntas que ofrecer una
respuesta.
En este trabajo haremos
lo mismo que esas tradiciones: dar respuestas basadas en el análisis
filosófico, claro, generando primero unas preguntas, quizás nada originales,
circulan en los mundos académicos, pero también en el sentido común en la vida
cotidiana, y merecen la pena ser contestadas, preguntas apremiantes que yo
mismo me hacía antes de adquirir mi formación filosófica, al igual que otras
personas que no cuentan con las herramientas de estas disciplina, por lo que no
puedo desaprovechar la oportunidad de darme una respuesta.
La muerte está
entrelazada con nuestras creencias religiosas y teorías filosóficas acerca de
nuestra mente y de nuestra alma (si es que son los mismo), pues, aunque es
evidente que cuando morimos como cuerpos nos desintegramos; aquello que nos
hace pensar, lo que nos da nuestra identidad individual, nuestra voluntad y
libertad, aseguran muchos, es capaz de sobrevivir a la muerte.
Para tratar estas
interrogantes y otras más, haciendo eco de la celebración mexicana del “día de
los muertos” del mes de noviembre, presentamos este ensayo. Desde nuestra
perspectiva filosófica y personal enfrentamos el gran interrogante, desglosado
en otras incógnitas relacionadas:
1.
¿Podemos saber qué sucede con
nosotros después de nuestra muerte?
2.
¿Qué es nuestra conciencia o
qué somos como sujetos pensantes? ¿hay algo sobrenatural en esta que le permita
sobrevivir a nuestra muerte?
3.
¿Por qué el fenómeno de la
muerte, propia o de alguien cercano nos genera tanto dolor? ¿es posible
aceptarla sin este trance amargo?
4.
¿La muerte le da significado a
nuestra vida o la hace carente de éste?
A continuación,
ofrecemos nuestra reflexión a estas cuestiones
1. ¿Podemos saber qué sucede con nosotros después de
nuestra muerte?
Me gustaría aludir al
criterio de demarcación del positivismo lógico y del racionalismo crítico, así
como al primer Wittgenstein cuando afirma en su Tractatus: “La muerte no es un
acontecimiento de la vida” (6.4311), (Wittgenstein, 1975): En primer lugar, no
hablamos de nuestra descomposición orgánica debajo de una tumba o en un horno
crematorio, sino de un tipo de vida y existencia posterior a la muerte. Todo lo
que podemos decir que sucede con nosotros después de nuestra muerte no es más
que pura especulación, imaginación o deseos sin ningún asidero, pues no tenemos
ninguna certeza de que nuestras afirmaciones sean verdaderas o falsas. Es
decir, son enunciados que no tienen condiciones de verdad.
Por otro lado, como
Popper propone (2008), ante toda conjetura
debemos aplicar el principio de falsación, y nos percatamos de que afirmar que
podemos saber qué sucede con nosotros después de nuestra muerte, es una
conjetura imposible de falsear, ya que no aluden a ningún lugar al que tengamos
acceso, por ende, son imposibles de operar sobre sus condiciones para saber si
resisten la prueba de la verdad que es la falsación.
El primer Wittgenstein
dijo: “de lo que no se puede hablar, hay que callar” (6.54/7) (Wittgenstein, 1975). Es decir, si lo que nos
interesa es determinar la precisión de la descripción de este acontecimiento, y
no su valoración moral; entonces es imposible saber qué ocurre y no podemos
decir nada, pues nuestro equipamiento cognitivo, como bien la sabia Kant, no
puede rebasar las condiciones de nuestra experiencia física para describir
acontecimientos en espacios públicos. Esto es aceptable si estamos jugando el
juego de la descripción de realidades.
Alguien puede objetar
que esto es arrogancia intelectual y que nuestra racionalidad no es capaz de
atrapar todo, pero tal objeción sólo está aplicando la falacia del argumento
ofensivo, y no hay tal arrogancia, pues se enfatiza con mucha humildad los
límites de lo que podemos conocer.
Por otro lado, estos
planteamientos, por supuesto, no van a acabar, ni pretenden censurar los
relatos que tratan esta situación. Es parte de los temores humanos insolubles y
seguirá existiendo la pregunta, pues cada uno de nosotros se enfrenta al
problema de la extinción de su persona; además, porque nuestro equipamiento
cognitivo no solo mira fuera de sí, sino también dentro de sí, y ahí, en
nuestros mundos privados, la imaginación, la poesía, la metáfora pueden darnos
la inmortalidad y escenarios posibles en los que encontramos una respuesta
individual para esa pregunta tan angustiante.
Finalmente, como Blaise
Pascal (Pensamientos. III, §233) (1986), podemos
jugar una apuesta, pensando que es mejor creer (si existe, ¡ganas el cielo!;
que no creer (si no existe, no pierdes mucho); creer que existe algo después de
nuestra muerte; y en ese escenario al que apostamos que existe, imaginamos que
seguimos “viviendo” de alguna manera, junto con todo lo que amamos en esta
vida. Esta postura es, como decimos los
mexicanos, “echarse un volado”, lo cual, presupone lo que hemos mencionado
antes: es imposible obtener una respuesta plenamente clara e indubitable ante
esta interrogante; Así, podemos optar por tomar una postura crítica y aceptar
que no hay respuesta, o suponer que nuestra imaginación tiene al menos una
probabilidad de estar en lo correcto y así ponerle morfina a esta pregunta tan
dolorosa e inquietante.
2. ¿Qué es nuestra conciencia o qué somos como sujetos
pensantes? ¿hay algo sobrenatural en ésta que le permita sobrevivir a nuestra
muerte?
En primer lugar, somos
seres naturales que han emergido de un largo proceso evolutivo que no nos ata a
ningún nicho ecológico especifico y especializado, pero que tiene como
condición, para sobrevivir en la adversidad y en una diversidad de esferas de
la naturaleza, sustituir con nuestra cultura y herramientas aquello que no nos
dio la naturaleza.
Necesitamos un cuerpo
protegido y alimentado con equipamiento cultural para sobrevivir; para lograr
esto, hay otra condición que nos sitúa en un espacio que ya no es la
naturaleza, el mundo social: nos enfrentamos a la naturaleza para obtener
nuestra supervivencia no de manera individual, sino colectiva y lo hacemos a lo
largo de la historia.
Para convertirnos en un
sujeto colectivo e histórico necesitamos un vínculo que nos aglutine como una
colectividad que trasciende las individualidades y las generaciones; el
lenguaje es ese vínculo que nos une como un sujeto colectivo, y une a todas las
generaciones de humanos en el tiempo.
Tenemos una fuerza
creativa y constructiva similar a la de una colonia de hormigas. Una hormiga es
indefensa como individuo; es su comunicación química la que la convierte en
parte de un ser más poderoso: el hormiguero. (Maturana y Varela, 1990).
Esta conexión entre los
individuos, como entre las generaciones es difícil de identificar porque careceremos
de una conciencia histórica: el individuo no percibe esa voz que le habla para
sí mismo, como lenguaje, sino como una voz sobrenatural que habita dentro de sí
y le llama “su mente”; no se percata que piensa en un determinado idioma y que
usa herramientas culturales con significado convencional, los símbolos del
lenguaje, para definirse a sí mismo. Eso, por ejemplo, es lo que le pasa a
Descartes. Wittgenstein señalo ya la imposibilidad de un lenguaje privado
(1988), el lenguaje puramente mental o “mentalés”, cuando en realidad hemos
interiorizado un lenguaje que obedece a reglas sociales públicas, que permiten
vincularnos y coordinarnos, que se generó anónima y colectivamente a lo largo
de la historia.
Este lenguaje se puede
usar para hacer descripciones de nuestra experiencia que transcurre en la
historia de nuestro desarrollo individual, (Maturana y Varela: 1990),
posibilitando darnos una identidad continua a lo largo del tiempo en diversos
contextos al que llamamos “nuestro yo”.
Un “yo” es, originalmente, una partícula
gramatical, un turno para hablar, y cuando escuchamos somos un “tu”; ese “yo”
que se genera en una interacción social, gracias al lenguaje, cuando la
interiorizamos, lo pensamos bajo una metáfora ontológica que convierte al “yo
gramatical” en un “yo sustancial”; aunque consideramos que es una sustancia
distinta al mundo material y por eso no se puede degradar como todo lo que
pertenece al mundo físico.
Ese “yo gramatical” es
el protagonista de todas las narrativas que dan cuenta de nuestra historia de
interacciones en el mundo social o en nuestro mundo de experiencias
particulares; podemos inventar narrativas donde seguimos siendo los
protagonistas de aventuras en un mundo no físico situado más allá de nuestra
vida y convertirnos, en esa historia, en seres sobrenaturales que sobreviven a
la muerte.
Así, pues, considero
que lo que nos hace pensar, lo que nos hace “sujetos”, no tiene nada de
sobrenatural; lo que llamamos conciencia es el lenguaje que describe nuestra
experiencia interior, existe bajo ciertas condiciones mientras pertenecemos al
mundo social, pero, en cuanto dejamos de pertenecer a este mundo, con nuestra
muerte, el proceso se termina, pues carece de sentido ejercer un lenguaje cuando dejamos de ser personas y
nos convertimos en cosas y no nos vinculamos ya más a los otros humanos.
Nuestra voz habla
gracias a nuestro cuerpo, nuestro sistema fonador que usamos simultáneamente
para alimentarnos y respirar es una máquina de hablar, no podemos tener
conciencia sin cuerpo y sin pertenecer al mundo social y la cultura: estas dos fuerzas han domesticado a nuestro
cuerpo para hacerlo hablar.
Hagamos un breve
experimento: pensamos en algo, en silencio, coloquemos nuestra mano con el dedo
pulgar e índice sobre nuestro cuello mientras pensamos en silencio: nuestro
aparato fonador sigue cumpliendo rigurosamente en silencio las reglas
fonéticas.
Pasemos ahora al interior de nuestra boca, continuemos
usando nuestra enigmática mente para continuar pensando, y simultáneamente focalicemos
cómo nuestra lengua se coloca en distintos puntos de nuestra cavidad bucal,
articulando los silenciosos sonidos de la voz que vive en nuestra mente. Nuestra
supuesta alma, no puede prescindir del trabajo del aparato fonador: aun en
silencio vibra y articula ligeramente con cada palabra de “nuestra mente”
3. ¿Por qué el fenómeno de la muerte, propia o de
alguien cercano nos genera tanto dolor? ¿Es posible aceptarla sin este trance
amargo?
Para dar respuesta a
esta interrogante considero dos condiciones, una biológica y otra social:
Una condición biológica
evolutiva que hace a los seres humanos sufrir sus pasiones de forma
desmesurada, hybris o desmesura lo
llamó Edgar Morín en su obra “El método:
las ideas”, retomando el termino griego para desmesura; el placer, el dolor, la
ira, la risa se desbordan en los humanos, mientras que en otras especies cuando
llega la muerte, de sus críos por ejemplo, inmediatamente se ocupan de
continuar en su lucha por sobrevivir con los que quedan vivos y garantizar la
continuidad de la especie.
Con nuestra condición
de hybris, todas estas emociones nos
llevan frecuentemente a los límites de la locura, se dilatan en intensidad y
duración. Y el dolor por la muerte no es la excepción. Nuestros rituales que
honran al muerto sirven para mesurar nuestras emociones y dolor.
Por otro lado, y como
parte de esta misma dimensión biológica, la desmesura es una estrategia
necesaria para la supervivencia en el mundo natural, que permite que unos pocos
vivan ante la muerte de muchos otros (Morin, 1992).
Las amenazas para la
supervivencia exceden en cantidad y poder a cada individuo viviente, el
nacimiento de pocos sería fatal para cualquier especie. Como contrapeso el
nacimiento desmesurado de individuos de la misma especie posibilita que algunos
sean afortunados en sortear las amenazas contra su vida.
Peces y anfibios ponen
millones de huevecillos, millones de semillas y polen son producidas por
plantas, al igual que millones de espermas y cientos de óvulos derrocha la
naturaleza para que sólo unos pocos afortunados vivan, como si la naturaleza
jugara una extraña lotería.
Los animales viven en
un universo natural, en dónde no hay memoria, calendarios, ni tiempo, aunados a
una conciencia de estos elementos, es decir que nosotros vivimos en universo
simbólico y eso hace a la muerte muy compleja: la muerte humana tiene un
significado cultural, que nos hace tener una conciencia anticipadora de lo
inevitable y una memoria que conserva a sus muertos y al dolor por su partida,
lo que nos lleva a temerle como a ninguna otra cosa en el mundo y rechazarla
radicalmente. No hay muerto que no se llore, que no duela, no nos consideramos
como solo un huevecillo o semilla dilapidada e irrelevante, perdida para
siempre.
Además, el significado
social y cultural de la muerte se relaciona con la organización económica
política, así como de las ideologías y narrativas que sustentan el diario vivir
de esas sociedades.
Así, vivir en una
sociedad moderna capitalista extremadamente individualista, secular y
desencantada, hace del dolor por la muerte de un ser querido un problema
subjetivo y privado, sin ningún acompañamiento social y, por tanto, carente de
solidaridad y de empatía. Como este orden social no se quiere cambiar, el dolor
que sentimos por la muerte de nuestros seres amados se patologiza y medicaliza,
y se trata como un asunto privado, que un experto debe ayudar a resolver lo más
pronto posible para reincorporarse al mundo productivo donde, supuestamente lo normal es la alegría y la felicidad en
todo momento.
En otras sociedades más
tradicionales y de vida comunitaria, la vida y la muerte de sus miembros es un
asunto que involucra a todos. Por ejemplo, en algunos lugares de Oaxaca el
casarse es un asunto de toda la comunidad, debes tener todo lo necesario para
tu vida de casado con el apoyo de todos: con padrinos de refrigerador o de
comedor.
La muerte no es un
asunto diferente: todos llegan a rezar, cocinan, se despiden del difunto y
después de su inhumación, durante días, meses o años, continúan los rituales
fúnebres. Estos rituales hacen que la muerte se vea como un acontecimiento
necesario del ciclo de la vida, en el que los otros “te acompañan en tu dolor”
y dan entereza ante lo inevitable.
4. ¿La muerte le da significado a nuestra vida o la
hace carente de éste?
Retomare uno de los
versos del poema “La prosa de la calavera” de José Emilio Pacheco: “Gracias a
mí todo es inexpresablemente valioso porque todo es efímero y jamás se repite” (1983).
Desde que nacimos
estamos sitiados por la muerte, cualquier paso en falso nos puede regresar a la
nada: una enfermedad, un accidente, un descuido idiota, pasar por donde no
deberíamos, o una conspiración contra nuestra vida.
Elaboramos planes
proyectándonos al futuro tratando de evadir este estado de sitio, para
asegurarnos un futuro en el que hayamos superado carencias y necesidades que
constantemente nos amenazan, pero, al final, como bien lo sabe Heidegger, nada
garantiza que se cumplan; pensar en el cumplimiento puntual de nuestras metas
es un sueño que vivimos despiertos, hace que nuestra vida parezca asentada
sobre un suelo solido; y nos hace olvidar, o esconder nuestra clara conciencia
de nuestra finitud, y eso parece hacernos felices.
Por otro lado, nosotros
somos parte de un proceso vital que nos trasciende, un paso necesario dentro de
éste, pero cuya huella parece borrase muy pronto. La vida es mantener un
continuum en el tiempo, en el que cada uno de nosotros pasa a integrarse al todo
del fluir de la vida, para luego pasar a la sombra una vez que hayamos hecho
nuestra contribución; por eso no trascendemos como individuos más allá de este
proceso.
Los significados
sociales para la muerte son muy importantes para saber si la vida tiene o no un
sentido.
En la cultura
individualista y capitalista actual, en la que el significado de la vida sólo
se enfoca en nuestro ego y sus circunstancias más inmediatas, la muerte es
completamente absurda por que, para esta cultura, todo lo valioso comienza y
termina con el individuo. Para el individualismo “lo mío”, cuando pasa a otras
manos sin ganancia alguna es una desgracia.
Para una perspectiva
enfocada en la totalidad del devenir, la herencia cultural que recibes,
incrementas, innovas y das en herencia a las siguientes generaciones, es una de
las cosas más dichosas, pues te realiza más allá de los límites de tu tiempo.
Lo anterior no minimiza
el sufrimiento, el sacrificio y el dolor que experimentan las personas como
individuos por su contribución a la realización de sí mismos y en especial de
los demás. El dolor es uno de los costos de nuestra pequeña felicidad. Lo que
subrayamos es que nuestra muerte en esta segunda perspectiva cultural no es
absurda, por su contribución al mantenimiento de la vida del todo.
Por otra parte, cada
individuo es un universo por sí mismo, intenso en vivencias, emociones,
significados, creatividad y pasiones, pero el cual, algún día tarde o temprano,
acaba por colapsarse. Pero si el significado de nuestra vida estuviera tan solo
en nuestra individualidad, efectivamente seriamos un “ser-para-la-muerte”. Al respecto dice José Emilio Pacheco en su
poema “Jardín de niños” (1984), con lo cual concluimos este trabajo, tomando
este poema como una postura nuestra:
“Pero que importa esa agonía
Si te derrumbas, si te mueres
Habrá otro siempre
Para acabar cuanto empezaste
Nada es inútil,
Tu misma muerte
Transmitirá la vida a quienes lleguen
El mundo
No morirá (lo sabes)
Cuando te extingas.”
Referencias
bibliográficas
Maturana, H. y Varela, F. (1990). El
árbol del conocimiento: Las bases biológicas del conocimiento humano.
Editorial Debate.
Morin, E. (1992). El método: Las ideas (Vol. 4). Ediciones
Cátedra.
Pacheco, J. E. (1983). Los trabajos del mar. Ediciones Era.
Pacheco, J. E. (1984). Fin de siglo y otros poemas. Fondo de
Cultura Económica.
Pascal, B. (1986). Pensamientos. Alianza Editorial.
Popper, K. R. (2008). La lógica de la investigación científica.
Editorial Tecnos.
Wittgenstein, L. (1975). Tractatus logico-philosophicus. Alianza
Editorial.
Wittgenstein, L. (1988). Investigaciones filosóficas. Editorial
Crítica.
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