Abraham Galarza Cid
Apenas
nació Marianita, ya tenía el proyecto de ir a la escuela; los niños y niñas
podrían carecer de muchas cosas: riqueza, juguetes, fiestas de cumpleaños o
ropa bonita y cara. Pero de lo que no podían carecer era de una buena educación
en la escuela y entre más temprano comience… ¿Mejor?
El
proyecto no era de ella, como a muchos nos pasa en nuestra muy temprana
infancia. De todos modos, a su edad no tenía nada claro lo que quería, ni sabía
por qué se tiene que hacer todo eso. Así que cuando apenas había aprendido a
hablar, se fue a la escuela.
Al
principio a Marianita le gustó mucho que le compraran ropa, su mochila, cuadernos, lápices y que le prepararan una comida para
almorzar en el recreo. Cuando veía a su hermano Neto ser objeto de todas esas
atenciones, le daba la impresión de que la escuela era algo lindo y especial,
pues sus papás dedicaban mucho tiempo a ¿qué le falta a Neto para estudiar?
Mientras sus narices se inflaban de orgullo sobre los logros de su
hermano. Pero para Marianita inició el infierno.
Empezó
por despertarse muy temprano, a las 8 de la madrugada, para ella que dormir hasta
tarde era sagrado. Justo cuando acaba de cumplir tres
años, su maestra les comunicaba a sus estudiantes su objetivo: que lo más pronto posible estuvieran leyendo y
escribiendo, además de saber contar, hacer sumas y restas.
Para
lograr ese sueño, no de Marianita, sino de sus papás y de su maestra, debería
esforzarse mucho, hacer sacrificios y dedicar la mayor parte de su tiempo en la
escuela y en su casa para aprender todo eso.
Numerosas
actividades como realizar rayitas, bolitas, caracolitos; para posteriormente
pasar al aeiou, luego al abc, sin dejar de lado el 12345678910; no podian faltar numerosos recortes y manualidades, entre otras actividades.
Marianita
estaba enojada todo el tiempo en ese lugar; creía que, si dejaba de hacer sus
tareas, su maestra se cansaría de esperar y, con ganas de regresar a su casa,
la dejaría ir. Pero no. El general, perdón, la maestra, no dejaba salir a nadie
de la escuela hasta que terminara sus trabajos. Su mamá llegaba por ella, y
pasaba una, dos horas, y muchas veces hasta la madrugada lograba terminar, o
por lo menos ese tiempo le parecía a Marianita que transcurría. Todo para que
en su casa comenzara el segundo capítulo, con otro millón de tareas que apenas
lograban terminar a la media noche, con su mamá en el relevo de la maestra, en el puesto de
vigilancia y capataz de la prisionera, perdón… de la estudiante.
Su
papá apoyaba este rudo régimen carcelario, pues, según recuerda desde
su muy, muy, muy, muy lejana infancia, a los niños y niñas se les ha aplicado
desde siempre aquella ley que dice “la letra con sangre entra”, tal y como
habían hecho con él.
Marianita
se cansó: acabó por molestarle todo lo que fuera escuela. Un día muy
seriamente, y con una madurez que solo da una dura infancia, le dijo a su
madre, muy enojada:
—Sácame
de la escuela, me voy a poner a trabajar. —Y así lo hicieron.
En
una ocasión, cuando toda la familia fue a la ciudad capital a trabajar,
vendiendo gelatinas, panecillos rellenos de mermelada, espejos, chocolate en
polvo y otras cosas que ellos fabricaban para ganarse la vida, Marianita
escuchó un sonido impactantemente hermoso que salía de un antiguo edificio;
nunca había escuchado algo igual y quería ir a ver qué pasaba ahí.
Sus
papás no le prestaron atención al sonido; con tantas preocupaciones para
ganarse el pan, les parecía perder el tiempo, pero ante la insistencia de
Marianita, la dejaron ir a ver qué eran esos hermosos sonidos, con la
condición de que, en cuanto lo averiguara, regresaría con ellos a trabajar.
Entró
a un lugar oscuro con luz en el centro; un pequeño grupo de personas sentadas
ponía su atención en una joven de cabello azul brillante, que tocaba una
pequeña guitarra, pero poniendo algo así como un palo sobre el cuello del
instrumento; después supo que se llamaba violín.
Marianita
se sentó, cerró los ojos para escuchar mejor y sintió todo tipo de emociones e
imágenes: tristeza, miedo y alegría, que estaba volando, que había ido más allá
de este mundo en el que estamos y por un segundo lo sabía todo. Todas esas
emociones y situaciones pasaron por ella en una brevedad de tiempo.
Pacientemente
espero a que terminara todo; después de un aplauso final se acercó a la
violinista. Extrañamente, noto que su pelo era ahora oscuro, pero no era
importante eso. Se presentó, le dijo que era maravilloso lo que hacía y le
preguntó si podía aprender ella a hacerlo. También la chica se presentó, se llama
Doux, quien, llena de alegría por apreciar lo que hacía, le dijo que sí, pero
que necesitaría un violín para enseñarle, que en cuanto lo tuviera, la buscara
en su trabajo, lo que sorprendió a Marianita, que una gran artista trabajara
llevando libros de cuentas para los negocios de la ciudad.
Después
de ese encuentro, corrió a ver a sus papás, les contó lo que pasó y que
necesitaba urgentemente un violín. A su papá le dio un dolor muy intenso en su
codo mientras escuchaba; por su parte su mamá se puso muy feliz de que Marianita quisiera estudiar
algo por su propia iniciativa, pero le preocupaba encontrar un violín en ese
lugar. Como no había tiendas de violines, sus papás acudieron con sus amigos y
familiares para conseguirlo.
El
tío Maggio, un amigo de juventud de su papá, era un maestro carpintero experto
en fabricar muebles finos y delicados; dijo que él lo haría con gusto y con la
ayuda del abuelo Sami. Pero necesitaba un tipo de madera especial para hacerlo.
El tío Huggies, un empedernido bromista y dicharachero personaje, que trabajaba
con su carruaje tirado por caballos para llevar personas y cartas a ciudades
alejadas, a pesar de haber estado enfermo, se ofreció para conseguir la madera.
Desde ese día, el tío Huggies anda más fuerte que nunca haciendo felices con
sus bromas a sus pasajeros mientras trabaja.
El
tío Maggio pidió prestado el violín de la señorita Doux, lo midió por todos
lados, hasta el grosor de las cubiertas; así trabajó cada detalle y cuidado,
como siempre hace su trabajo. Con las medidas hizo un molde en papel para
cortar y ensamblar la madera. El abuelo Sammy se encargó de completar el
trabajo colocando los herrajes y cuerdas que con mucho amor hizo para su nieta,
para finalmente ponerle pintura y barniz: el resultado, un hermoso
violín.
Aún
falta ver si cumplía con su función; la señorita Doux lo tomó en sus manos,
movió los herrajes, mientras mencionaba el nombre correcto de cada parte, dijo:
—Perfecto,
vamos a comenzar —empezando a producir sus dulces y melancólicos sonidos y
comenzará la primera clase de música para Marianita.
Para
ese día especial, el abuelo Sammy y la abuela Tammy prepararon una rica comida
italiana a la que todos ellos acudieron, hasta el tío Sammy Jr. que vivía en
un lugar muy distante, llegó ese día tan especial.
La
persona más contenta era la señora Mariana: su hija había elegido estudiar, no
por la fuerza, sino por propia convicción. Ella en su juventud tuvo muchas ganas de
estudiar, pero su familia no tenía tantos recursos para mandarle a la escuela;
así que emprendió un viaje, junto con su hermano Sammy Jr., por lugares muy
peligrosos, en un país distante, para conseguir un trabajo y juntar dinero para
estudiar. Aunque ella logró terminar su carrera, fue muy difícil encontrar
trabajo para lo que había estudiado. Pero eso nunca fue un obstáculo para cuidar a lo que
más amaba, por eso todo el día se le veía trabajando y haciendo planes para
tener más ingresos para sus polluelos y ella tener una vejez tranquila. Además,
estaba feliz porque creía que Marianita a partir de ese acontecimiento mejoraría en sus
estudios cuando regresara a la escuela. Y tenía razón.
Marianita
comenzó a dominar los números, las letras; se le empezó a facilitar hacer estas
cosas, como si la disciplina que exigía la música la hubiera hecho fuerte y
hábil para otras actividades escolares.
Debo advertir que este cuento no es uno de hadas, dónde las personas son completamente perfectas. Marianita no fue una alumna de puros dieces, pero le fue mucho mejor desde entonces, aunque a veces tenía sus recaídas y tenía ganas de dejar todo, sin pensar que no se puede renunciar al trabajo personal que debemos dedicar a lo que nos gusta.
La maestra Doux le contó que cuando era niña tenía muchas ganas de ser violinista, pues cuando escuchaba esa música sentía una emoción muy extraña dentro de ella (exactamente la misma mezcla de emociones que sintió Marianita; se llama “aurea” y sale en forma de luz alrededor de la cabeza de las personas, luz que no todos pueden ver.). Pero sus papás no la pudieron apoyar y por eso primero aprendió un oficio y, con su trabajo, comenzó a pagarse sus clases de violín, a dedicar mucho tiempo a practicarlo, sacrificando otras actividades y cosas personales que tenia que comprarse. Terminó su relato diciendo que valía mucho la pena hacer ese sacrificio para sentirse realizada haciendo su música. Todo ese amor y disciplina se notaba cuando tocaba su música y daba su clase a Marianita. Y le dijo:
—Tú tienes una luz de artista Marianita, cuando te vi por primera vez lo noté—.
Alguna
vez a Marianita le dejaron de tarea hacer un dibujo de algo que le gustara
mucho para participar en un concurso; pero no tenía una idea clara de cómo
hacerlo. Recordó que su viejo le había contado que su papá, o sea el abuelo Marcel, había estudiado pintura y, aunque nunca se había dedicado a ella,
le había logrado enseñar algo a su hijo, el papá de Marianita. Ella no creía
esa historia, pues jamás lo había puesto en práctica delante de ella.
Marianita
quedó asombrada cuando vio que su papá le explicaba cómo mezclar
colores, cómo hacer líneas para hacer aparecer ciertas formas, con sus luces y
sombras, mientras la nariz chata de su papá se inflaba de orgullo al mezclar y
producir colores muy bellos. No podía creer que su papá fuera capaz de eso.
También
vio que le salía un poquito aquella luz que había visto en su maestra Doux
cuando tocaba su violín. Pero en él la luz era muy débil, como cuando en la
noche a lo lejos se ve un rayo saliendo de una oscura nube.
Marianita
se asustó: si ella dejaba de lado el violín, ahora que era niña, si no trabajaba
lo suficiente ¿esa luz de los artistas dejaría de brillar en ella? ¿Su papá
quizá no tuvo mucho amor por lo que hacía? ¿No había luchado contra los
obstáculos para dedicarse a eso que amó hace muchos años atrás? ¿Su abuelo
Marcel, con su idea de que “la letra con sangre entra”, había matado el amor de
su hijo por la pintura? ¿A ella le pasaría lo mismo si seguía los pasos de su
padre? Pero a su mamá y a la maestra Doux, ¿la vida les había aplicado también
eso de “la letra con sangre entra” y su vida era distinta?
Marianita
no solamente tenía intereses artísticos, también amaba a los gatos; se imagina
siendo doctora de gatos y animales cuando sea una adulta, mientras les hace
curaciones a sus juguetes y a sus gatos en sus juegos. Otras veces se imagina
diseñando casas o resolviendo, como una gran científica, misteriosos crímenes.
El
futuro de Marianita no lo puedo ver; yo solo puedo ver cosas y contar historias
ahí donde hay letras escritas, pero en Marianita esas páginas aún están en
blanco; ella las va a escribir con sus acciones y decisiones.
De cualquier manera me quiero imaginar que, no importa a lo que se dedique, su aura brillará
para hacerla feliz y a las personas que logren ver su luz.
Y
colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN
*Advertencia: esta historia y los personajes que aparecen en esta
son ficticios. Cualquier parecido con personas reales, o con hechos reales es
pura coincidencia.
Las ilustraciones fueron creadas con I.A.
La historia fue elaborada de manera artesanal y con la receta secreta.
EL AURA DE MARIANITA © 2025 de Abraham Galarza Cid con licencia CC BY-NC-ND 4.0. Para ver una copia de esta licencia, visite https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/
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