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Abraham Galarza Cid
La teoría política de Thomas Hobbes (1588-1679) constantemente recurre a conceptos de naturaleza psicológica para explicar el fenómeno del poder. Su obra la desarrolla como la preocupación de un hombre culto, de formación matemática, por las secuelas destructivas, para la población civil, de la rebelión ante el rey Carlos I, por parte del movimiento de Cromwell. Más allá de esta accidentada trayectoria, consideramos que muchos de los actores de las instituciones políticas contemporáneas, especialmente aquellos que defienden a ultranza la economía de mercado, enmarcan su comprensión de los acontecimientos políticos y el actuar de los sujetos, así como sus propias acciones políticas, dentro de los marcos explicativos sugeridos por Hobbes en su Leviatán.
Considera que todos los seres humanos, hasta los que parecen más indefensos, poseen alguna forma de poder, pues éste es polimorfo, y todas estas formas actúan para conseguir los limitados objetos de placer que hay en el mundo; de esta miseria y escases resulta la esencia de nuestras interacciones: el conflicto. Esta es la razón que hace a toda persona potencialmente peligrosa para otro ser humano: Homo hominis lupus, el hombre es un lobo para el hombre, de dónde se deriva la guerra de todos contra todos, creando un mundo dónde la vida es breve, mortal y siniestra.
El miedo es la condición afectiva prototípica de las interacciones humanas, cuando éstas se mueven al margen de los cauces legales. Pero este mismo miedo es la condición para que la colectividad invoque el nacimiento del Estado, quien protege y aplica la ley, logrando que nuestro miedo, al menos en parte, se diluya.
Pero el Estado no actúa sólo por medio de la violencia, pues éste procede con “la espada” y “la iglesia”(que aparecen el en grabado del libro en las manos del soberano: espada y báculo del pastor de las almas de dios): Coerción externa e interna; A esta última, la “Iglesia”, la consideramos como una metáfora que expresa el conjunto de creencias y representaciones, de carácter moral y religioso, que derivan en la auto limitación y autodisciplina de cada persona, pues su significado se compone de la voluntad, el poder, y nuestra capacidad de ejercer venganza, así como todos los sentimientos negativos a los que las personas renuncian con el fin de sentirse protegidos.
El poder del Estado fluye de esta representación colectiva, El Leviatán deriva su poder de incentivar nuestro imaginario, montando escenarios de nuestra destrucción total, a menos que apelemos a nuestro salvador: el Estado. Nuestra imaginación es aquella parte de nuestra subjetividad que a la vez nos hace destructivos y nos provoca miedo, pero que también funda las instituciones de seguridad a las que acabamos dócilmente sometidos.
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Para Hobbes la iglesia, institución terrenal disfrazada de sacra, opera con la misma estrategia que el Estado, pero ya no invoca al miedo a ser víctima del delito, el asesinato o la pérdida de los bienes, sino a miedos míticos del imaginario colectivo: las eternas torturas del infierno. También hay un salvador mítico para estos temores, sólo que la Iglesia se ha arrogado su representación. El poder y la permanencia de la iglesia a lo largo de los siglos, emerge de su capacidad de formar el pensamiento y la imaginación social, al explotar el reino de las tinieblas, que para Hobbes significan superstición e ignorancia. El monopolio de la educación, o por lo menos influir poderosamente en ésta, es una de las condiciones de su permanencia como una institución fuerte en el tiempo.
La actualidad de Hobbes reside en que muchas instituciones políticas modernas, que ni siquiera forman parte del Estado, recurren a la invención de peligros que derivan en miedo y en la creencia de nuestra inevitable liquidación, y ésta secuela de imágenes se convierten en apoyo para las políticas de seguridad del Estado: entre mayor es el miedo, mayor es la autoridad que otorgan las personas a estas instituciones. No quiero decir con esto que no existan peligros, sin embargo los alcances de estos se exageran o peor aun: sus orígenes se hacen nebulosos para la percepción común.
Gramsci hablaba de los “Arditi”, tropas especializadas de asalto que operaban en las trincheras de la primera guerra mundial, las cuales irrumpían con ataques sorpresa nocturnos de granadas para inmediatamente lanzarse entre la confusión del humo y el miedo, acuchillando a todo lo que se moviera. Los Arditi continuaron actuando después de la guerra, reclutados por la extrema derecha italiana, y continúan existiendo, para hacer ataques sorpresa entre los humos de los rumores, la sistemática desinformación y el miedo, para hacer su cosecha de muerte y, de esta manera, trastocar nuestra vida cotidiana para llevarlas detrás de los márgenes de la legalidad (regresando al Estado de naturaleza); consiguiendo así que en la imaginación popular se haga vital “para la nación”, el otorgamiento a los representantes del Estado de poderes extraordinarios y metaconstitucionales para salvar al pueblo de esta situación que ellos mismos organizan y ejecutan desde la clandestinidad de los sótanos del Estado.
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