Es el momento en que tu sombra captura tu imperfección...
Hace aproximadamente 40 mil años un grupo humano, ya extinto, llamado hoy los hombres de Neandertal, caracterizados por poseer un gran cerebro en comparación con sus cuerpos, realizaron ceremonias funerarias que parecen asegurar el paso de esta vida a la otra: los cuerpos de sus difuntos eran colocados en posición fetal y cubiertos con un color ocre que aun se conserva en sus huesos, además, restos de polen indican que fueron ofrendados con flores y algunos utensilios de su vida cotidiana.
Cabe preguntarnos, ¿Estos extintos parientes nuestros creyeron en la existencia del alma? Si es así ¿cómo llegaron a concebir esta idea?
Considero que podemos entender el surgimiento de la creencia en el alma, tanto en los neandertales como en nosotros, partiendo de que tenemos formas comunes de experiencia cotidiana; y que de éstas se fue forjando la idea de alma, como una realidad fundadora del sentido de nuestra experiencia, capaz de trascender nuestros límites físicos.
Por otra parte, debemos tener en cuenta que la forma en que se organizan las conexiones neuronales en nuestro cerebro, hace emerger fenómenos tales como la sensorio-motricidad
Para apoyar esta propuesta retomamos la idea del Doble de Edgar Morin (1974), que él desarrolla para explicar el surgimiento de los símbolos y su relación con nuestra humanización.
El doble es un fenómeno de la vida cotidiana y que se presenta, por un lado, en nuestra sombra que siempre nos acompaña, que hace lo que nosotros hacemos, pero, aunque quisiéramos, no la podemos rebasar. El doble es, también, nuestro reflejo en el agua, similar a la sombra, aunque más frágil y fugaz.
De acuerdo a Morin (obra citada) el doble de la sombra y el doble del reflejo en el agua, son la primera manifestación simbólica humana: Tu imagen o mi imagen, aunque separadas de nosotros, nos representan. De ahí hay un solo paso para el surgimiento del mundo abstracto de los símbolos, que, por cierto tiene un desarrollo complejo posterior con la magia, a través del decir y representar simbólicamente algún aspecto del mundo. El doble es, por último, el doble de nuestros sueños.
El doble siente intensamente sus acciones en sueños, está en lugares que nunca ha visitado despierto, habla con los que ya murieron... pero, al despertar, esa realidad se desvanece, nos damos cuenta de que no nos hemos movido de nuestra cueva o nuestra habitación moderna en toda la noche.
Considero que los dobles del sueño son posibles porque las neuronas de nuestro cerebro (y las de los neandertales), pueden hacer conexiones específicas, localizadas en ciertas zonas que desvinculan lo sensorio de lo motriz (Maturana y Varela: 1996), haciendo posible el poder percibir un mundo imaginario que yo solo puedo ver, pero no manipular. No obstante, el contenido, el tema y especialmente el significado de los sueños, surge de nuestro mundo de interacciones sociales.
Cabe aclarar a qué llamamos mundo imaginario. Por consenso social implícito llamamos realidad a un mundo de percepción pública en dónde lo sensorio y lo motriz coinciden: al sentir, manipular, realizar acciones corporales sobre nuestras percepciones visuales, auditivas, etcétera, damos por familiar y seguro a tal horizonte de percepción, es decir, a nuestro mundo de percepción social.
Sin embargo, la interrupción de esta familiaridad, en los juegos, los sueños o el duelo, rompe con esta certeza perceptiva. Este mundo que se percibe, sin poder acceder motrizmente a éste, es el mundo imaginario.
El sueño, consideramos, ocupa un lugar privilegiado entre los dobles, porque en éste, aunque alterado, aparece nuestro mundo de percepción social que sirve de escenario para las actividades de los muertos: éstos siguen ocupados, como nosotros, en sus asuntos (de ahí las ofrendas de objetos cotidianos); aunque quizás algo alterados física y emocionalmente, no son tan distintos a nosotros en muchos aspectos, pues al hacer las mismas actividades continúan teniendo una estructura corporal similar a la nuestra, aunque sólo sean espíritus.
Al despertar, nosotros somos los desconcertados, pues una vez que estamos concientes ya no podemos conversar o abrazar a nuestros muertos, y damos por hecho la existencia de otro mundo al cual sólo tenemos acceso espiritualmente, es decir, desconectados de la motricidad, especialmente de la manipulación táctil.
Considero que estos fenómenos de la experiencia cotidiana fueron los que abrieron el camino a una parte de nuestra compleja vida cultural, trazando el camino para los mitos, religiones, filosofía, arte, ciencia y toda forma compleja de experiencia y representación simbólica, incluida la teórica.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiPZ3NWOszdSpNx3Adpm3JkFJQHa317Ui_GzelZPrkEWzzAJqNcsJKgC1iX2mh0qAf1pkJzwHbPN7AhCfNxfTEu3EH_7GS2aZhaP5gnmIwsDxDtMnLp3ph5gU16xK4tp1ZIbPcJujP4jI8/s400/pr.bmp)
Bibliografía
Maturana, Humberto y Varela, Francisco (1996). El árbol del conocimiento.Las bases biológicas del conocimiento humano Madrid, Debate.
Morin, Edgar (1974) El paradigma perdido. Ensayo de Bio-Antropología, Madrid, Kairós
Cabe preguntarnos, ¿Estos extintos parientes nuestros creyeron en la existencia del alma? Si es así ¿cómo llegaron a concebir esta idea?
Considero que podemos entender el surgimiento de la creencia en el alma, tanto en los neandertales como en nosotros, partiendo de que tenemos formas comunes de experiencia cotidiana; y que de éstas se fue forjando la idea de alma, como una realidad fundadora del sentido de nuestra experiencia, capaz de trascender nuestros límites físicos.
Por otra parte, debemos tener en cuenta que la forma en que se organizan las conexiones neuronales en nuestro cerebro, hace emerger fenómenos tales como la sensorio-motricidad
Para apoyar esta propuesta retomamos la idea del Doble de Edgar Morin (1974), que él desarrolla para explicar el surgimiento de los símbolos y su relación con nuestra humanización.
El doble es un fenómeno de la vida cotidiana y que se presenta, por un lado, en nuestra sombra que siempre nos acompaña, que hace lo que nosotros hacemos, pero, aunque quisiéramos, no la podemos rebasar. El doble es, también, nuestro reflejo en el agua, similar a la sombra, aunque más frágil y fugaz.
De acuerdo a Morin (obra citada) el doble de la sombra y el doble del reflejo en el agua, son la primera manifestación simbólica humana: Tu imagen o mi imagen, aunque separadas de nosotros, nos representan. De ahí hay un solo paso para el surgimiento del mundo abstracto de los símbolos, que, por cierto tiene un desarrollo complejo posterior con la magia, a través del decir y representar simbólicamente algún aspecto del mundo. El doble es, por último, el doble de nuestros sueños.
El doble siente intensamente sus acciones en sueños, está en lugares que nunca ha visitado despierto, habla con los que ya murieron... pero, al despertar, esa realidad se desvanece, nos damos cuenta de que no nos hemos movido de nuestra cueva o nuestra habitación moderna en toda la noche.
Considero que los dobles del sueño son posibles porque las neuronas de nuestro cerebro (y las de los neandertales), pueden hacer conexiones específicas, localizadas en ciertas zonas que desvinculan lo sensorio de lo motriz (Maturana y Varela: 1996), haciendo posible el poder percibir un mundo imaginario que yo solo puedo ver, pero no manipular. No obstante, el contenido, el tema y especialmente el significado de los sueños, surge de nuestro mundo de interacciones sociales.
Cabe aclarar a qué llamamos mundo imaginario. Por consenso social implícito llamamos realidad a un mundo de percepción pública en dónde lo sensorio y lo motriz coinciden: al sentir, manipular, realizar acciones corporales sobre nuestras percepciones visuales, auditivas, etcétera, damos por familiar y seguro a tal horizonte de percepción, es decir, a nuestro mundo de percepción social.
Sin embargo, la interrupción de esta familiaridad, en los juegos, los sueños o el duelo, rompe con esta certeza perceptiva. Este mundo que se percibe, sin poder acceder motrizmente a éste, es el mundo imaginario.
El sueño, consideramos, ocupa un lugar privilegiado entre los dobles, porque en éste, aunque alterado, aparece nuestro mundo de percepción social que sirve de escenario para las actividades de los muertos: éstos siguen ocupados, como nosotros, en sus asuntos (de ahí las ofrendas de objetos cotidianos); aunque quizás algo alterados física y emocionalmente, no son tan distintos a nosotros en muchos aspectos, pues al hacer las mismas actividades continúan teniendo una estructura corporal similar a la nuestra, aunque sólo sean espíritus.
Al despertar, nosotros somos los desconcertados, pues una vez que estamos concientes ya no podemos conversar o abrazar a nuestros muertos, y damos por hecho la existencia de otro mundo al cual sólo tenemos acceso espiritualmente, es decir, desconectados de la motricidad, especialmente de la manipulación táctil.
Considero que estos fenómenos de la experiencia cotidiana fueron los que abrieron el camino a una parte de nuestra compleja vida cultural, trazando el camino para los mitos, religiones, filosofía, arte, ciencia y toda forma compleja de experiencia y representación simbólica, incluida la teórica.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiPZ3NWOszdSpNx3Adpm3JkFJQHa317Ui_GzelZPrkEWzzAJqNcsJKgC1iX2mh0qAf1pkJzwHbPN7AhCfNxfTEu3EH_7GS2aZhaP5gnmIwsDxDtMnLp3ph5gU16xK4tp1ZIbPcJujP4jI8/s400/pr.bmp)
Bibliografía
Maturana, Humberto y Varela, Francisco (1996). El árbol del conocimiento.Las bases biológicas del conocimiento humano Madrid, Debate.
Morin, Edgar (1974) El paradigma perdido. Ensayo de Bio-Antropología, Madrid, Kairós
*Publicado originalmente en el periódico "La Opinión Universitaria" de la ciudad de Puebla